Zapata: El Sueño del Héroe: El Caudillo se retuerce
En 1992 gracias a la película Como agua para chocolate basada en el libro homónimo de Laura Esquivel, el director, bailarín y actor Alfonso Arau fue acreedor al premio Ariel que concede anualmente la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas a la mejor película. Hecho que propició dos desgracias: La primera, que le fuera arrebatado dicho reconocimiento a La mujer de Benjamín, opera prima de Carlos Carrera, dado que la cursi-gastronómica-novela pintaba para tener más alcances en las premiaciones y festivales internacionales, por encima de la anécdota del viejo feo que mantiene secuestrada en su cantón a la bonita del pueblo.
Dicho y hecho, como usted sabe querido lector, al público gringo le encanta lo “mexican curious”, suficiente para nominarla a un Globo de Oro como Mejor Película Extranjera. Arau sintiéndose en los cuernos de la luna y aprovechando el desconocimiento de un público joven que lo veía como el nuevo súper director del cine mexicano (sin saber que ya traía un camino recorrido con filmes sobrevalorados como Calzonzín inspector, El águila descalza y Chido Guan el tacos de oro), se aventuró a probar suerte en el cine Hollywoodense, gusto que le duró poco, pues solo realizó dos títulos, Un paseo por la nubes y la olvidable Cachitos Picantes.
Pero vamos con la segunda desgracia y la que nos atañe; repatriado después de fracasar como director en los Estados Unidos, Arau se embarcó en lo que, según decían, era uno de los proyectos más pretenciosos en la historia del cine nacional, nada más y nada menos que llevar a la pantalla grande la vida y obra de Emiliano Zapata en una súper producción. Cabe recordar que El Caudillo del Sur con antelación fue interpretado en dos ocasiones por Antonio Aguilar en Emiliano Zapata de Felipe Cazals y Zapata en Chinameca de Mario Hernández.
La etapa de pre-producción fue la crónica de un fracaso anunciado. A los nombres de Alejandro Fernández y Jaime Camil como protagonistas, se fueron sumando los de Carmen Salinas, Lucero (sin Mijares, claro) y en el colmo de los colmos, se llegó a sospechar que el productor era un conocido banquero perseguido por la Interpol ¡Zapata se retorcía en su tumba!
El resultado como era de esperarse fue un bodrio de dimensiones colosales. A pesar de contar con una gran campaña publicitaria llegó a suspender su estreno en cuatro ocasiones; mejor hubiera sido que la dejaran enlatada para siempre.
¿De qué va? Intentaré ser serio.
De acuerdo a lo planteado por Alfonso Arau, Emiliano Zapata (el potrillo Alejandro Fernández) fue un revolucionario mezcla de Yisus, Indiana Jones, Pedro Infante, Robin Hood y Batman. Además es algo así como la reencarnación de Cuauhtémoc (al que le tatemaron las patas, no el futbolista), quien de acuerdo a las profecías aztecas nació para liberar a su pueblo; todo esto lo revela una vieja bruja dizque indígena. Y luego criticamos a los gringos por la forma en que nos representan ¡Pinche Arau!
La revoltura de mitos heroicos inicia cuando los federales llegan a enchinchar al papá de Zapata para quitarle sus tierras y el pequeño Emiliano hace el juramento de que cuando crezca les va a voltear la tortilla. Da la enorme casualidad de que al malosillo Victoriano Huerta (Jesús Ochoa) se lo encontrará años después, sí igualito que Batman y el Joker en la versión de Tim Burton. De milagro no contrataron a Andrés García para salir de Don Porfirio. La que si sale metida con calzador es una tal Esperanza (Lucero), una española a quien Zapata se liga con sus cantos sin tantita pena, pero nada más le prende el boiler porque a él solo le mueve el tapete una indita de su pueblo. Mientras Esperanza se queda con la ídem cómo quien pierde una estrella, aparece la bruja para insistirle a Zapata que él es un elegido de los dioses. Pide que ya no le haga al cuento y que inicie su entrenamiento de caballero Jedi. No así, pero le juro querido lector que solo eso faltaba.
En un alarde del nacionalismo más barato y maniqueo, Arau filma a los inditos bonitos combatiendo con los militares feos en escenarios cachirulescos. Emiliano Zapata y su hermano Eufemio (Jaime Camil) con afeitada al ras Gillete Sensor que envidiaría Rafa Márquez, se avientan unos diálogos de risa loca, dejando de paso al espectador con la duda de cuánto apoquinaron ambos para salir en la película.
Después de varios sucesos de pena ajena que no conducen a nada y secuencias de acción que palidecen ante cualquier telenovela histórica, el asunto se torna tan demencial que si un espectador entrara a media función no sabría si está viendo Zapata, El tigre de Santa Julia o Los héroes del norte.
Al convertirse en una de los filmes más criticados de los últimos tiempos con justa razón, Alfonso Arau argumentó en su defensa que, en realidad era una obra incomprendida, una fantasía basada en el personaje histórico, declarando incluso “”Es verdad que violamos la historia. La violé, pero le hice un hijo muy bonito”. Siendo así queridos lectores, yo no le daba amnistía ¿Ustedes sí?