Anecdotario Cinéfilo Parte III

La tercera y última parte de nuestro anecdotario fílmico, historias de amor de y con el cine que marcaron las vidas de nuestros autores. Aquí podrán descubrir el porqué amamos el séptimo arte ¿Cuál es su historia?

 

La desilusión del primer amor

Por @kimm_tobias

Como no podía faltar en la infancia de toda tierna niña como yo, hubo una película de princesas que me marcó, una historia que me hizo creer desde pequeña en el amor verdadero y más en un romance de esos que no conoce de razas ni idiomas. Para mí, eso representó Pocahontas, la historia de una indígena de la tribu nativa americana que se enamora de un inglés rubio y de mundo, todo lo opuesto a ella, y que teniendo en medio de ellos una inevitable guerra, logran detenerla gracias a su gran amor. Una divertida historia con carismáticos personajes y canciones que pasarían a ser inolvidables (aún considero Colores en el viento como una de las mejores canciones de Disney).

Pero, ¡oh desilusión! Años después de que esta fuera de mis historias favoritas, una vecina me contó que existía una segunda parte ¡y que ella me la podía prestar!, entonces inmediatamnete y con muchísima emoción, me dirigí a ver el VHS de Pocahontas 2 (1998). Y fue ahí donde mi ilusión quedó destruida, después de fantasear vilmente con un amor tan conmovedor que lo puede todo, ahora me salen con que su amor no era ‘tan verdadero’, no era para toda la vida, no eran el uno para el otro, y a la primera oportunidad Pocahontas va y se enamora del segundo inglés que ve, olvidando a John Smith en prácticamente 3 segundos. ¿Por qué me hiciste esto Disney? ¡Ellos se amaban! Es hora de qué no entiendo cómo pudieron romper mi corazón de esa manera… ? (sí, sí, ya sé que está basando en una historia real).

Lo gracioso de recordar esta anécdota, es que en este momento de mi vida yo estoy viviendo mi propia historia de Pocahontas, excepto que no hemos parado ninguna guerra… aún.

 

Tradición de familia

Por @sahury

A mi madre siempre le gusta contar la historia de cómo fue al cine sola, cuando tenía unos siete meses de embarazo, a ver “Alien: El Octavo Pasajero” se asustó tanto como lo disfrutó y así dice que me enseño lo maravilloso de la ciencia ficción. Casi treinta años después es mi historia favorita de contar también.

Tiempo después cuando apenas iba en la primaria, mi abuela me cuidaba y cuando mi madre no estaba, me dejaba ver películas de miedo como Chucky, me quitaban el sueño pero me dejaban queriendo más. Así ha sido el cine para mí, emociones primero y luego detalles. Una probadita temporal a otras vidas, otras realidades y en el caso de la ciencia ficción las posibilidades se sienten ilimitadas. Las películas también forjaron mucho de mi relación con mi único hermano, siendo él diez años menor yo usaba todo el vocabulario posible para describir lo que estábamos viendo, y sí ya sé que casi nadie le gusta ver películas platicando pero ahí nació una costumbre que permite platicar cuando ambas partes ya han visto la película antes… o cuando una de las partes aún no aprende a hablar. Gracias a él me sé todos los diálogos de la película animada de Hércules, pues la vimos diario por poco más de un mes.

Pasando los años, usaba parte de mis ingresos para ir con amigos y recuerdo puntualmente la última vez que lloré de risa en el cine junto con toda la sala; viendo Buscando a Nemo. No he vuelto a escuchar tremendas carcajadas de un público, todos en sintonía. En ese entonces mi mala memoria y famoso nivel de distracción lo hizo más personal, era la Dory de mi círculo social. Así crecí llenando todos los espacios de convivencia con películas y el trato implícito de que todos los domingos se iba al cine. Tradición que habré de enseñar así como me la enseñaron a mí.

 

La pequeña caja de terror en la casa de mi abuela

Por @IlusoDeluso

Si bien tengo recuerdos de niño muy marcados visitando las salas del cine, como cuando uno de mis tíos me llevo a ver 101 Dálmatas y me compro tantas pasitas con chocolate que terminé enfermando del estómago, o cuando mis papás me llevaron a ver Tarzán y me obsesioné tanto con ella que llegue a tener todos los muñequitos de la película que venían en la cajita feliz de McDonald’s, o también una de las primeras veces que pude ir al cine solo, acompañado de uno de mis mejores amigos de la primaria y entramos a ver Hulk con Eric Bana, cuando todavía los superhéroes no estaban de moda, debo admitir que los recuerdos más entrañables relacionados al cine no vienen precisamente frente a una pantalla grande, sino en el comedor de casa de mi abuela.

En ese comedor había una tele, que por supuesto solo los mayores decidían que canal se ponía, mayormente eran las noticias o las telenovelas, sin embargo, los fines de semana solían haber reuniones familiares, así que todos se juntaban en la parte trasera de la casa o en la parte de adelante “para tomar el fresco”, decían, así que esa tele quedaba sola, y era ahí cuando yo aprovecha y ponía lo que más me llamara la atención, y fue así como una noche descubrí las películas de terror en Canal 5. Nunca voy a olvidar la primera vez que vi la escena inicial de El Barco Fantasma, dónde un cordel partía a la mitad a todos los tripulantes del barco mientras bailaban. También recuerdo haber visto El Resplandor de Kubrick, que de entre todas sus emblemáticas escenas, de niño lo que más me hipnotizó fue ver la sangre saliendo del elevador. Recuerdo haber visto Pesadilla En La Calle del Infierno 2, y esa icónica escena inicial dónde Freddy secuestra el autobús escolar y se lo lleva al desierto, que más que miedo me hizo reír muchísimo por el sarcasmo de Freddy y desde entonces me volví fan de Krueger. También recuerdo haber visto Leprechaun, a quien termine odiando más que al mismísimo Chucky. En fin, en ese comedor y en esa televisión se empezaron a forjar mis gustos en cine y nació mi amo por las películas de terror.

 

La belleza de un final triste

Por Tona A.R.

Como amante de la ciencia ficción, no podía perderme en el cine de Blade Runner 2049, una secuela que prometía mucho, proviniendo de una película de culto, con un Director tan capaz, una legenda encargado de la fotografía y dos maravillosos compositores detrás del soundtrack. Aún con todas esas expectativas, no fueron nada comparado con lo que presencié después.

Todo era oscuridad, pero en un instante la gigantesca pantalla mostró un bello ojo, abriéndose, despertando, mostrando su alma ante un nuevo y desolado mundo, acompañado de una bella combinación de sonidos que hizo temblar las paredes y todo mi ser.

Era la única persona en la sala, por lo que todo lo que vi y experimenté en las 2 horas y 47 minutos me hizo estremecer, me hizo sentir tan pequeño y al mismo tiempo tan grande, tanta belleza, solo para mí. Todo se sintió tan personal, pues lo viví a través de un personaje con el cual me identifiqué demasiado, sentí su soledad, sus anhelos, así como su dolor. Junto con él, descubrí, que no siempre eres el protagonista de tu historia, con él descubrí que a veces lo que queremos oír de los demás, no es lo que necesitamos realmente, que no hay un propósito, ni un destino, solo un ser en busca de su alma.

Así llegamos a un final, un final que, si bien resuelve el enigma y deja a dos personajes con una sonrisa, realmente terminamos con Joe, quien lo ha perdido todo, quien lo ha sacrificado todo por una creencia, un anhelo, un sueño que comprendimos justo cuando estábamos al borde de la muerte, admirando la nieve cayendo lentamente del cielo, tocando nuestras manos frías, por fin sintiéndonos humanos, justo antes de morir.

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