El Código Hays. Nada nuevo bajo el Sol.

Durante los últimos años, el cine se ha visto envuelto en una infinidad de polémicas. Las exigencias del público y los medios hacia contenidos “incluyentes” y “respetuosos” han llenado la agenda del activismo progresista. Por contraparte, grupos de ideas más carcundas han denunciado una “inclusión forzada” y sus protestas han devenido en la destitución de las directoras de estrategia de inclusión en casi todos los estudios.

En esta nueva sociedad, existe nula tolerancia hacia temas muchas veces subjetivos, pero también a temas de más trascendencia como el racismo, el sexismo o la homofobia, creando una inmediata amenaza de boicot y señalamientos hacia cualquier producción que atente contra los valores autoimpuestos.

Estos llamados a veces son justificados y otras tantas llegan a ser ridículos, pero más allá de su validez, nos han llevado a vivir en una nueva cultura de la auto-censura, buscando eliminar cualquier tipo de disidencia, vetando y señalando por igual a obras y autores, a películas actuales o a clásicos creados décadas atrás. Básicamente retando la pertinencia de cualquier desvío de las normas y las buenas costumbres.

Los efectos de esta nueva renovación moral, nos recuerda cómo la industria del cine enfrentó una crisis similar hace cerca de 90 años, misma que terminó con la creación del Código Hays.

“¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y no hay nada nuevo bajo el sol”.

Antes de esta época, existía una mínima o nula censura al contenido que podía ser mostrado en una película. Hollywood mismo había ganado una reputación de ser liberal y permitir conductas escandalosas.

Hacia los años treinta, los estudios se enfrentaban a una crisis económica. Los efectos de la Gran Depresión 1929 se sentían fuertemente en Hollywood, que ávido de atraer gente a los cines, comenzó a mostrar cada vez escenas más explícitas de sexo, violencia y consumo de alcohol. Las grandes películas de gánsteres atraían a las masas, mientras que las películas cargadas de erotismo explícito o temáticas religiosas, fácilmente se convertían en grandes éxitos.

Debido a lo anterior, la Liga de la Decencia, impulsada por la Iglesia Católica, comenzó a clasificar las películas con un sistema A-B-C (¿les suena familiar?), y promovió un boicot entre sus feligreses, haciendo jurar a sus adeptos durante las misas y en reuniones de los Caballeros de Colón, que ninguna persona iría a ver alguna película que no fuera pura y sana, considerando como pecado el hacerlo.

Ante la drástica disminución de audiencia y la amenaza de una intervención por parte del Gobierno a través de nuevas Leyes, los principales productores prefirieron auto regularse con la creación de la Asociación de Productores Cinematográficos de América (MPPDA, por sus siglas en inglés), quedando como su Presidente un abogado cercano al gobierno y con reputación intachable: Will Hays.

Hays, en conjunto con las autoridades Católicas, publicaron en 1930 el Código de Producción, conocido como Código Hays, en el cual se especificaba qué era aceptable para mostrar al público y qué resultaba inadmisible. Dicho reglamento entró en vigor de manera obligatoria a partir de 1934 y rigió cada una de las producciones estadounidenses hasta su derogación en 1964. Toda película que quisiera ser producida y exhibida debía contar con el sello de aprobación por parte de la MPPDA, quien leía cuidadosamente cada página del guion, supervisaba las grabaciones, el vestuario, la publicidad y validaba el resultado final.

El código puso estrictas limitaciones en cuanto a mostrar imágenes de violencia, sexo, bailes indecentes, crimen, así como al consumo de alcohol y drogas. Por contraparte, invitaba a reforzar los conceptos de patriotismo, cumplimiento de las leyes, valores morales y religiosos.

Durante esta época, por ejemplo, ninguna pareja (aun estando casados) podía compartir la misma cama, toda actividad delictiva debía terminar castigada o en tragedia y ningún símbolo o autoridades religiosas podían ser representadas de forma negativa ni graciosa.

En consecuencia y para evitar la censura, muchos cineastas idearon códigos y formas eufemísticas para dar a entender qué era lo que sucedía en una escena sin necesidad de mostrarlo. Muchos clásicos del cine surgieron durante este periodo, que estuvo lleno de inventiva e imaginación. Provocó también el auge del cine independiente e impulsó la distribución de películas europeas, que no estaban obligadas a cumplir con el Código.

Hacia los años 50 y 60, el Código perdió relevancia artística y cultural, la sociedad y la idea de liberación demandaban el fin de la censura. Misma que llegó de la mano de la Suprema Corte, quien avaló el cambio, sustituyendo el Código con el sistema de calificaciones (Ratings), que hasta la fecha valora la conveniencia de las películas para ciertas audiencias, basándose en su contenido.

En México y Latinoamérica, este sistema se adaptó clasificando las películas como:

  • AA – Todo público
  • A – Todo Público, sugerido para mayores de 6 años
  • B – Mayores de 12 años, menores con supervisión.
  • B15 – Mayores de 15 años, menores con supervisión
  • C – Restrictiva, sólo para mayores de edad.
  • D – Restricta a mayores de edad, con contenido explícito.

Los movimientos #MeeToo, #BlackLivesMatter, los grupos #LGBTQ+ han logrado avances sociales importantes, convirtiéndose en fuerzas impulsoras de serios cambios en el cine y obligando a la industria a replantear lo que es conveniente reflejar y lo que no.

Podemos mirar al pasado del cine, sus éxitos y fracasos, para abrir el debate sobre cómo proceder sin caer en extremos con prohibiciones ni inhibir la creación de grandes películas.

¿Cuál es tu opinión? ¿Deberíamos promover la creación de un nuevo Código? ¿O deben los creadores tener la libertad de expresar libremente cualquier tema en pantalla?

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Acerca del autor

Jose Roberto Ortega    

El cine es mi adicción y las películas clásicas mi droga dura. Firme creyente de que (citando a Nadine Labaki) el cine no sólo debe hacer a la gente soñar, sino cambiar las cosas y hacer a la gente pensar mientras sueña.


1 Comment

  • Es un tema interesante, ayer estaba leyendo una columna de El Pais, que hablaba de la serie The Idol que ha levantado mucho revuelo por sus escenas intimas y que ha llevado incluso a un nuevo movimiento de adolescentes que buscan usar las redes sociales para censurar el sexo (y ahora… ahora nomas falta que tengamos otra vez votos de castidad y celdas de monasterio), aunque es facil pensar que se puede manipular las redes sociales para hacer creer eso..

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