Flora e Hijo, o el poder curativo de la música.

Hay directores cuyo nombre es suficiente para llevar masas de espectadores al cine, para mantenernos expectantes de la fecha de estreno de su próxima película. El caso de John Carney debería ser así, pero curiosamente no ha resultado lo que merecería (salvo por una pequeña cantidad de fans hardcore).

Anclado en el cine independiente irlandés, Carney es el responsable de tres de las grandes películas independientes de los últimos quince años: Once (2007), Begin Again (2013) y Sing Street (2016). Todas ellas conteniendo el uso de la música como parte esencial de su narrativa, haciendo la experiencia cinematográfica una delicia auditiva, pero causando a la vez un alto impacto emocional.

En esta ocasión, con “Flora e Hijo”, Carney vuelve a entregarnos una historia que se recarga en la creación musical. Pero lo que en muchos otros directores podría resultar un agotamiento de fórmula, en el caso de este director, resulta una entrega que se siente completamente distinta y fresca, escapando (como los mejores artistas) de ser reiterativo.

Flora, es una madre soltera quien atraviesa por un momento difícil en su vida: por un lado, su hijo Max se ha convertido en un perenne delincuente juvenil, rehusando cualquier contacto con ella, mientras que, por otra parte, lidia con las inseguridades que le provoca el no haber podido disfrutar de sus años de juventud y el sentirse cada vez menos atractiva, agravando esto último con la convivencia con su exesposo y la nueva pareja de este. El rescate de una guitarra de un contenedor de basura es el pretexto idóneo para descubrir una nueva pasión y un vínculo con su hijo.

El guion aborda, como pocas películas, el sentir de ser madre (o padre) soltero, de haber decidido tener hijos a una corta edad, impidiendo así el disfrute de los llamados “mejores años”. Son pocas las historias que se atreven a poner sobre la mesa las partes menos idealizadas de la maternidad, en las que hay momentos en que uno quisiera que los hijos desaparecieran por un instante, pero lo hace de una forma tan equilibrada, que uno logra empatizar perfectamente con el personaje de Flora, sin poner por un momento en duda el amor que esta profesa por su hijo.

Carney se recarga en el uso de la música para transmitir todo tipo de emociones, para llevarnos a través de ella por los vaivenes emocionales de cada uno de sus personajes, quienes pueden pasar de la música dance a una epifanía escuchando a Joni Mitchell, incorporando las canciones a la trama misma. Acierta en saber mezclar distintos géneros musicales para ejemplificar la vastedad de emociones y lo disímiles de las personalidades de cada personaje, contrastando particularmente a Flora con Max, quien gusta del trap y los videos de raperos.

Curiosamente efectiva resulta la aparición de Jeff, un maestro de música en línea, interpretado por un adecuado Joseph Gordon-Levitt, quien no sólo funciona como el gurú musical de Flora, sino también como su vínculo emocional y afectivo. Las escenas que ambos comparten, en las que se mezclan la seriedad del aprendizaje con el coqueteo y la fantasía (rompiendo las barreras virtuales para unirlos con un toque de magia visual), se convierten en la efectiva parte romántica del film.

La interpretación de Eve Hewson resulta impecable, dotando al personaje de Flora de una frescura, energía y carisma inigualables, pero ahondando siempre en lo emocional del personaje. Es ella quien representa el alma de la película, mezclando de manera notable los resentimientos de su temprana maternidad con la vulnerabilidad, responsabilidad y el amor que siente por su hijo (la escena del juzgado representa, quizás, el punto más claro de lo anterior).

El resultado final no es perfecto, se siente demasiado el aura independiente de la hechura, las tensiones en su trama pueden sentirse resueltas demasiado rápido e incluso podríamos extrañar la sobrecarga musical que sí tuvimos en películas como “Sing Street”, sin embargo, existe algo mágico en el ritmo de esta película, que provoca que obviemos lo anterior y terminemos con una sonrisa de oreja a oreja en lo que se siente como un apapacho al corazón.

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Acerca del autor

Jose Roberto Ortega    

El cine es mi adicción y las películas clásicas mi droga dura. Firme creyente de que (citando a Nadine Labaki) el cine no sólo debe hacer a la gente soñar, sino cambiar las cosas y hacer a la gente pensar mientras sueña.


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