Heidi: Más que un bonito recuerdo de la infancia

El 6 de enero de 1974, cuando no existían robots gigantes, esferas del dragón, alquimistas, escuelas ninja o titanes colosales, se estrenó una serie que abriría muchos porvenires para la entonces pequeña industria de la animación japonesa, y más importante aún, le abriría la puerta a un par de nombres que se volverían estandartes para este formato: Hayao Miyazaki e Isao Takahata. Y es que, a pesar de las apariencias o de la falta de recursos, “Heidi” es una serie que, aunque la gente sabe que existe y le guarda mucho cariño, no parece darle el valor que tiene y ha quedado un poco rezagada en comparación con otras producciones más conocidas del país. Pero considerando cómo han cambiado las cosas, es más que justo darle una exploración a una serie optimista, tierna, amable y reconfortante.

Es necesario recordar el contexto en el que se estrenó. El anime de ese entonces no se caracterizaba por tener batallas a putazos, exageraciones faciales o historias complicadas sobre salvar el mundo. Más bien, las historias iniciales estaban más apegadas a la fantasía de cuentos de hadas y a la literatura clásica, tomando en este caso, la novela de Johanna Spyri como un proyecto experimental para quienes serían las futuras cabezas de uno de los estudios de animación más importantes y respetados de Japón. El resultado final no sólo sorprende por el hecho de que es extremadamente fiel al libro, sino que una premisa tan simple como las aventuras de una pequeña niña que vivía en los Alpes suizos fue más que suficiente para entretener y conmover a más de 3 generaciones desde su estreno (hasta apuesto que tus abuelos guardan un buen recuerdo de ella).

La serie puede dividirse en 2 mitades. La primera muestra la vida de Heidi en las montañas, en compañía de su abuelo y su amigo Pedro, quién lleva a las cabras del pueblo a pastar. Aquí yace la parte que todos recuerdan, con un ritmo más tranquilo y pacífico que permite contemplar el ambiente natural, y mediante la interacción entre los niños y el viejo ermitaño, contiene mensajes positivos sobre el valor de la amistad, el trabajo en equipo, el respeto hacia los mayores y el cariño a los animales, al punto que puede vislumbrarse cómo Miyazaki y Takahata ya tenían un estilo definido desde el inicio: la recreación del paisaje europeo, una chica como personaje principal, etc. Si bien es cierto que hay algunos episodios de relleno y el tono puede ser algo melodramático, condescendiente y empalagoso para algunos, este queda resuelto con los precisos cambios de registro, ya que las risas y sonrisas ayudan a que los momentos melancólicos sean igual de impactantes y puedan transmitir las emociones de los personajes.

Pero es la segunda mitad donde la serie toma un rumbo inesperado, ya que la estadía en Frankfurt aborda temas más serios que no eran comunes en la época. El primero es las deficiencias del método educativo, demostrando que no todos los niños aprenden de la misma manera y que muchas veces este método de enseñanza está más preocupado por aprender datos que por dar verdaderas lecciones que serán vitales para la vida del estudiante (a fin de cuentas, ¿qué no se supone que la escuela debería enseñarles a hacer lo que los hará felices?). El segundo es más interesante por lo delicado qué es: la depresión infantil, evidenciado tanto en la constante tristeza de Heidi por estar alejada de su hogar y encerrada en un lugar donde la maltratan psicológicamente, como en el aislamiento físico y mental de Clara debido a su parálisis física, su encierro en la casa y la ausencia de su padre. Recordemos que la serie salió en los años 70, durante una época donde esa posibilidad no existía porque los expertos afirmaban que “es imposible que los niños tengan depresión, son las criaturas más felices del mundo”.

Hablando de los personajes, la gran mayoría son entrañables y es fácil encariñarse con ellos, el peso de las decisiones que toman corresponde a su forma de pensar y cómo esto los afecta, facilitando la empatía porque ninguno es perfecto. Por muy tierna, linda y amable que sea Heidi, la forma tan directa y tajante que dice las cosas le da más carácter y evita que sea un cúmulo empalagoso sin límites. El abuelo, pese a que va abriendo su corazón con el tiempo y la relación con su nieta ablanda su temperamento, sigue conservando esa rigidez cerrada con el resto de la gente. Incluso Clara no es tan pura como parece al usar su propia discapacidad para causar lástima y evitar que su única amiga se vaya, dándole más dimensiones a su personalidad. Sin embargo, hay un detallito que puede resultar cuestionable para algunos, y ese es el trato hacia los personajes femeninos adultos. Es fácil apreciar a las niñas y a las abuelas, pero no ocurre lo mismo con la Señorita Rottenmeier o la tía Dete (es comprensible por el contexto, pero que la única excepción a la regla sea la mamá de Pedro es sospechoso).

Pese a que algunos puedan sentirla anticuada, la realidad es que contiene muchos valores que las generaciones actuales han ido perdiendo y olvidando con los años, siendo importante la preservación de estos para tener una mejor convivencia entre la gente. Incluso, en cierta manera, puede considerarse como una precursora de Ghibli y que encaja sin problemas dentro del catálogo del estudio a manera de entrega no oficial. Sin duda alguna, un anime que vale la pena ver, no importa la edad que tengas.

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Acerca del autor

Uriel Salvador     twitter.com/UrielSalvadorGS

Escritor, analista, crítico, gamer, investigador, actor (especializado en doblaje), fotógrafo. Pero ante todo, soy un amante del cine.


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