Los Espíritus de la Isla: Las Banshees profetizan que tendremos buen cine.

Pádraic busca a Colm en su casa, diariamente van juntos al pub a beber cerveza y pasar el rato. Colm no lo atiende, aún cuando escucha el golpeteo de la puerta y ve a Pádraic asomarse a su ventana. ¿Cuál es la razón de que el uno ignore al otro? No lo sabemos por el momento.

Más tarde nos enteramos que Colm ha dejado de hablarle a Pádraic porque lo ha comenzado a encontrar soso, insulso, su conversación es boba. “Pero siempre ha sido bobo”, replica Siobhan, la hermana de Pádraic. No hay razón que valga. Colm simplemente no desea hablarle más, ni escucharlo. La vida es demasiado corta como para perder el tiempo valioso en conversaciones sin sentido, en lugar de dedicarlo a cosas más importantes, como crear arte.

La nueva película de Martin McDonagh es tan enigmática como reveladora. Ya en sus películas previas (“En Brujas” y “Tres Anuncios por un Crimen”) nos había sorprendido su maestría para poner en escena historias con una profunda carga emocional y humana. Su experiencia en el teatro es más notoria aquí, ya que es perceptible su mano en cada escena, que parecieran extraídas del teatro sin desdeñar nunca el lenguaje cinematográfico más logrado.

La historia se convierte en una comedia de lo absurdo, en la que se nos muestra la incapacidad de expresar o articular las emociones, aún cuando las vemos claramente en los rostros de sus protagonistas. Pero es este un mordaz estudio no sólo sobre la inutilidad de los conflictos y los egos heridos, sino también acerca de la irracionalidad y la terquedad humana, pero es de manera más que interesante, una historia acerca de los efectos de la soledad en los seres humanos en lo general y en los hombres, en particular.

La soledad se convierte en el motor y causa de todas las acciones de los personajes. Desde la soledad de una mujer rodeada de personas lerdas, quien efectivamente resulta ser una isla dentro de otra isla, hasta la soledad del hijo del policía local, Dominic, el tonto del pueblo quien tiene quizás el conflicto más importante en todo el pueblo, ya que ha sido abusado por su padre y es constantemente violentado por este, sin que a nadie parezca importarle algo más allá que el chisme de moda.

Estamos ante la obra más lograda de Martin McDonagh, quien se recarga en las excelentes actuaciones no sólo de Colin Farrell, quien brinda quizás la mejor actuación de su carrera, ni un Brendan Gleeson profundo y meditabundo, sino de todo su reparto. McDonagh se apoya de un ensamble actoral en su punto más alto para crear una historia que raya en lo oscuro y macabro, sin dejar se ser una comedia deliciosa, plagada de diálogos hilarantes. Los personajes están perfectamente desarrollados, la música de Carter Burwell es impecable y resulta el complemento perfecto para las imágenes estilizadas de la Irlanda rural fotografiadas por Ben Davis.

Pero las Banshees no necesitan más seguir gritando sus profecías, lo hacen de forma más sutil. Y es que los espíritus de esta isla esconden un mensaje que va más allá de lo perceptible a la vista. Esta historia bien puede extrapolarse o interpretarse de formas distintas: es esta una parábola acerca de las brechas generacionales y el impacto de las redes sociales en nuestras vidas. ¿Qué encontramos en ellas que no resulte banal y lleguen a hartarnos y hacernos perder el tiempo? Twitter, Instagram, Facebook, TikTok, entramos en ellas y sin darnos cuenta hemos desperdiciado todas nuestras tardes envueltos en conversaciones o peleas sinsentido. ¿Hacemos algo con nuestras vidas? ¿Realmente haríamos algo si no perdiéramos el tiempo en ellas? ¿Basta con buenas intenciones y con ser “buenos”? ¿Qué estamos perdiendo en la experiencia de ser humanos? ¿Son estas redes el sustituto perfecto para no sentirnos solos y aislados?

La vida es demasiado corta como para ver películas que no valen el tiempo invertido, estamos a punto de querer cortarnos un dedo cada vez que tenemos que aguantar películas como “Avatar 2” o el nuevo live action de Disney (no importa cuál sea). Sin embargo tenemos en “Los espíritus de la isla” a una de esas cada vez más raras películas que nos dan el respiro necesario, que nos invitan a disfrutar de una buena historia, magistralmente contada, que esconde mucho más de lo que a simple vista percibimos.

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Acerca del autor

Jose Roberto Ortega    

El cine es mi adicción y las películas clásicas mi droga dura. Firme creyente de que (citando a Nadine Labaki) el cine no sólo debe hacer a la gente soñar, sino cambiar las cosas y hacer a la gente pensar mientras sueña.


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