Metrópolis: El mediador entre la vida y la imaginación, debe ser el buen cine.

Una urbe moderna con diseños concebidos por el expresionismo alemán, pero también con destellos de Bauhaus y del Art Deco, constituye la más consumada distopía fílmica de todos los tiempos. ¿Cómo es que “Metrópolis” a casi 100 años de su estreno sigue siendo el mayor referente en ciencia ficción y en el cine en general? La respuesta bien podría radicar en que las sociedades y la desesperanza humana poco ha cambiado desde entonces. Si queremos ser más optimistas, podríamos decir que se debe al sinfín de referencias que muchas películas han hecho a la obra maestra de Fritz Lang.

Una ciudad sin árboles, ya que estos son reservados para las delicias de los ciudadanos con mejor posición social. Los jardines eternos, reminiscencias del Edén, que sigue vedado a los desposeídos, sólo accesible a algunos privilegiados, al nepotismo. En él juega Freder, el “príncipe” heredero del imperio metropolitano, quien divide su tiempo entre juguetear con las ninfas y hacer deporte. El amor por las competencias atléticas evoca a lo que después haría Leni Riefenstahl en Olympia (1938), la sociedad alemana muy poco aprendió de los mensajes de su cine, los mensajes, como se verá en la película misma, pueden ser maleados por entes con vidas artificiales.

Frederson es la mente maestra de esta sociedad, el cerebro, el artífice intelectual de esta ciudad idílica a la que evocamos como “Metrópolis”, que en realidad puede ser cualquier ciudad moderna o híper-desarrollada. Vemos en “Metrópolis” la evolución de la tecnología, de las vías de comunicación, de los medios de transporte. Pero es esta una ciudad como cualquier otra, en la que, para poder gozar los beneficios, alguien debe trabajar, alguien debe dar impulso a las máquinas, alimentarlas con su carne y lubricarlas con su sudor y sangre. La modernidad carece de corazón.

María vive en la ciudad subterránea, no es clara cuál es su función, pareciera ser la encargada de cuidar a los niños de los trabajadores y, de alguna manera, velar por el futuro de esta clase desfavorecida, quienes ahora viven y se mueven como autómatas, condenados a servir como sacrificio para el Moloch, a ser devorados por la modernidad. Es ella quien los llama a las catacumbas para pregonar por una revolución pacífica, quien les infunde fe para esperar al mediador, a ese mesías que llegará para interceder por ellos ante los privilegiados. Es María quien sacude a Freder y lo lleva a pensar por “sus hermanos”.

Freder, el heredero, sigue a María, se enamora de ella, porque quién no se enamoraría de lo etéreo, de lo sublime. No solo es María de una belleza sin igual, sino que hay en ella un aura angelical, virginal, que lo lleva a descubrir en él la compasión de la que carecía, lo lleva a darse cuenta del privilegio en el que ha vivido siempre y tomar consciencia de cómo funciona la sociedad. Y Freder va más allá de descender a estos niveles para hacer turismo o tomarse fotografías con los lugareños pregonando una superioridad moral artificial, él experimenta en carne propia lo que implica trabajar en las máquinas y volver de una jornada extenuante de 10 horas, las contenidas en el reloj, que parecen una eternidad.

Pero el progreso no puede ser frenado, las ganancias son demasiadas como para permitirlo. Es entonces cuando la ciencia y la tecnología se convierten en las herramientas de los dirigentes, de los demagogos. Freder busca a un aliado de antaño: Rotwang, el científico que ha creado a una androide, que le permitirá infiltrarse en la sociedad y manipular a los magnates y a los trabajadores por igual. La ciencia al servicio del poder. No es de extrañar que estos dos tengan un conflicto pendiente, que se odien, pero que se necesiten y apoyen igualmente.

Todos buscan el progreso, tanto personal como colectivo, ¿qué hace que no nos entendamos? ¿qué provoca que nuestras acciones sean malinterpretadas y aplicadas de forma diversa? La película recurre a la simbología bíblica para ahondar en este conflicto. Es la Torre de Babel la metáfora perfecta: hablando el mismo idioma seguimos sin entendernos los unos a los otros.

Lo sacro toma un papel relevante. La falsa María conquista con sus bailes a la élite, ha sido ella la encarnación apocalíptica de la puta de Babilonia (tanto en el sentido literal como en la acepción albigense). Es ella quien con sus diabólicos gestos y movimientos obnubila a la élite económica y engatusa a la clase trabajadora. Suplantando a la verdadera deidad, incitará a la violencia y destrucción, que tomará proporciones bíblicas. ¿Hay alguien que se beneficie de esta violencia? ¿Es María el equivalente a un grupo de choque moderno, que incita a la violencia de los que luchan por sus derechos para, entonces sí, justificar el uso de la fuerza para aplacar movimientos sociales?

Si Freder es el corazón, María es el alma, la consciencia de esta sociedad, con su respectiva dualidad abraxica. Lo divino y lo mundano se mezclan perfectamente en “Metrópolis” y mantienen su impacto centenario. ¿Cuándo imperará la prudencia, la empatía y el entendimiento? ¿Cuándo llegará el corazón para mediar entre las manos y el cerebro?

Metrópolis, sin importar que tenga casi 100 años de vida, se mantiene vigente, sus significados siguen siendo pertinentes y aplicables a nuestras sociedades, el aura de misterio y su belleza artística siguen intactas. La estilización de sus tomas y su escenografía, sus efectos visuales prácticos y su impresionante edición han sido medulares para la concepción y evolución del cine. Es esta una historia de una originalidad impresionante, pero también de una técnica impecable. Desde el manejo de grandes grupos de extras hasta la construcción de sets y el uso de miniaturas, es el testamento del genio de uno de los mejores directores de la historia: Fritz Lang.

Su metraje perdido por varios años, encontrado recientemente y su restauración, no hacen sino abonar a su ya de por sí deslumbrante legado, rebosante de fantasía. Aún habiendo sufrido reediciones, colorizaciones y censura, “Metrópolis” se mantiene como piedra angular la historia del cine. Y a ti, ¿cómo te mueve “Metrópolis”?

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Acerca del autor

Jose Roberto Ortega    

El cine es mi adicción y las películas clásicas mi droga dura. Firme creyente de que (citando a Nadine Labaki) el cine no sólo debe hacer a la gente soñar, sino cambiar las cosas y hacer a la gente pensar mientras sueña.


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