Momentos favoritos del cine: Yi Yi

Considerada como una de las mejores películas de la historia, la obra maestra de Edward Yang irónicamente tiene parte de la culpa en el olvido que se encuentra su realizador, pues ha creado a su alrededor una especie de conformismo hacia su filmografía que, en cualquier otro caso y con cualquier otro director, no debería ocurrir. ¿Cómo es esto posible si hablamos de una joya completa, redonda, concisa y al mismo tiempo abierta a la interpretación? ¿Será que esta historia es tan buena que hace creer innecesario querer indagar en el resto de su obra? ¿Haber degustado un platillo exquisito basta para no probar el resto de un delicioso menú? ¿Ver el árbol más bello no anima a explorar el bosque? Pero no hay que desalentar al público, Yi Yi es una gran película que, desde su estreno en el Festival de Cannes, ha ganado seguidores gracias a la experiencia de verla. Quienes lo han hecho dicen que la sensación que deja es difícil de describir, incapaz de asimilar en un primer visionado todo lo que el director quiso transmitir en el que sería su último trabajo (podría decirse que dejó lo mejor para el final).

Desde la lejanía que impone Yang y una puesta en escena descaradamente singular y arriesgada, la cámara se convierte en un personaje más al transmitir el hermetismo, la monotonía, la inestabilidad de la existencia humana y del amor a través de una familia normal. A primera vista, puede decirse que la historia es similar a Short Cuts y Magnolia, pero la diferencia radica en la involucración de las relaciones interpersonales, lo cual le otorga una dinámica más íntima porque cualquiera puede identificarse con cualquier miembro. NJ, el padre, está insatisfecho con su trabajo, y a través de un trato con una empresa de videojuegos, se topará con una antigua amante que lo hará rememorar la nostalgia por los años mozos y pasar por la crisis de la mediana edad. Min-Min, la madre, se va a un retiro espiritual porque tiene una depresión causada por la monotonía de su rol como ama de casa, y por consecuente, piensa que ha desperdiciado su vida. Ting-Ting, la hija adolescente, experimenta el primer amor (con toda la incomodidad que implica), pero está tan inmersa en su angustia personal que no es capaz de preocuparse por el tormento y los conflictos ajenos. Y finalmente Yang-Yang, el hijo más pequeño, desborda ternura sin misericordia a través de su gusto por fotografiar la nuca de las personas, la infancia inocente apenas descubriendo el mundo, permitiendo ser el único que encuentra la redención dentro de la crudeza y la apatía que puede llegar a ser la vida.

Todas las interacciones entre personajes se ven enmarcadas en planos que transforman al espectador en un voyerista y al mismo tiempo en un confidente, haciendo la ilusión de que no importa si las personas están hablando o no, sigue queriendo saber qué sucederá después. Expone la dificultad para relacionarse y desilusionarse cuando las perspectivas cambian por el avance tecnológico, la decadencia de las tradiciones familiares, la pérdida de los valores culturales y la ausencia de cordura en una sociedad deshumanizada como la propiciada por el capitalismo. Pero cada evento se vuelve un sinfín de experiencias que remodelan la percepción de la existencia con pequeñas dosis de verdad, todo enmarcado entre 2 eventos importantes dentro de la vida de cualquier persona: el nacimiento (simbolizado en un matrimonio que espera un bebé por nacer) y la muerte (representado en el funeral de la abuela). Lo cual nos lleva al momento favorito de hoy, que fácilmente resume a la perfección no sólo la tesis de la cinta, sino también todo el propósito del cine.

Es fácil perderse en las desalentadoras perspectivas del día a día, por lo que siempre es reconfortante tener propuestas como ésta que nos recuerden el propósito de nuestra existencia en primer lugar. Que las 3 horas de duración no los desanimen, es una historia que habla de tantas cosas trascendentes para el ser humano y que va revelando nuevos detalles en cada nueva revisión. Asimismo, que ver esta cinta no sea motivo de conformismo, más bien, que sea un aliciente para descubrir la obra de uno de los directores más infravalorados de la historia. Íntima, honesta, auténtica y reflexiva, es una celebración a la vida que nos recuerda por qué estamos aquí.

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Acerca del autor

Uriel Salvador     twitter.com/UrielSalvadorGS

Escritor, analista, crítico, gamer, investigador, actor (especializado en doblaje), fotógrafo. Pero ante todo, soy un amante del cine.


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