Relic, y el monstruo que se alimenta de recuerdos

Hablar de cine de terror actual es hablar de un cine que se ha volcado a lo psicológico más que a cualquier otro tipo de horror dentro del género y su amplio abanico de subgéneros. Hace ya algunos ayeres, por ahí del 2014, que Jennifer Kent irrumpía en la escena con su fabulosa The Babadook, dónde usaba el monstruo de un libro como metáfora de los traumas de una madre deprimida que tiene que criar a un hijo al que parió en circunstancias trágicas.

En ese año también aparecía David Robert Mitchell con It Follows, donde hablaba de sexualidades reprimidas y enfermedades de transmisión sexual que se materializaban en forma de monstruos que te perseguían y acorralaban hasta matarte. Aunque esta más que una gran película, me parece un ingenioso concepto que se quedó en un valiente intento, pero que ya dejaba ver qué camino iba tomando el cine de terror, un tipo de cine que alcanzaría su momento cumbre con The Witch de Eggers en 2015 y con Hereditary de Ari Aster en 2018, no solo por su éxito en críticas “profesionales”, sino por su éxito con el público más casual, al que hizo voltear a ver e interesarse en películas de terror más de reflexión e interpretaciones ambiguas y menos de estímulos (Jump Scares o subidones de volumen), como lo eran las cintas de James Wan, que era el director que dominaba el género en Hollywood y la taquilla en aquellos años con Insidious, The Conjuring, Demonic y Annabelle.

 Por eso entiendo que hoy se hable de Relic como la nueva ‘joya” del cine de terror, aunque yo no comparta dicha afirmación. En su ópera prima, la directora australiana Natalie Erika James decide hacer un retrato terrorífico de las consecuencias de la demencia o Alzheimer a partir de su experiencia personal con su abuela, quien padeció la enfermedad. Aunque esto tampoco es nuevo, ya que Adam Robitel en 2014 ya había tratado la demencia como algo aterrador en su falso documental The Taking of Deborah Logan.

Pero centrémonos en Relic, o Herencia Maldita, como le pusieron en nuestro bello México. Cuando Edna (Robyn Nevin), la matriarca de la familia, desaparece de su casa por varios días sin dejar rastro, su hija Kay (Emily Mortimer) y su nieta Sam (Bella Heathcote) tienen que viajar al pueblo donde vive Edna para averiguar qué pasó con ella, solo para encontrarse con una casa tan deteriorada como su dueña. Muebles viejos llenos de libros empolvados y notas adhesivas por todos los rincones de la casa, con recordatorios tan simples como “tomate las pastillas” o “cierra la llave del agua”, pero que para un persona con pérdida de memoria son vitales.

Ya situados en la casa y con Edna incluida en la dinámica, somos testigos de cómo la fragmentada relación de estás 3 mujeres, su desconfianza y mala comunicación, más el comportamiento errático de la abuela, empiezan a enrarecer el ambiente y a generar situaciones extrañas que hacen dudar a Kay y Sam si lo de Edna es en realidad consecuencia de su enfermedad o es algún ente maligno que se está apoderando de ella.

Ahora, mi mayor problema con este filme es que la forma desde la que se aborda la temática no se siente orgánica. Hay planos que se alargan muchísimo en situaciones dónde no ocurre nada, pero con música de suspenso para que parezca que algo está por venir, aunque el clímax este a cientos de kilómetros de distancia todavía. Muchos dicen que es una narración sobria y contenida, pero a mí me parece que Natalie simplemente sacrifica su trama para darle protagonismo a la atmósfera de su puesta en escena, lo que termina haciendo que todo lo que ocurre antes del final sea un drama familiar bastante insípido, que toma elementos de otras cintas de terror contemporáneas impidiéndole a su filme crearse una identidad propia.

Y no es que me molesten las películas lentas, pero es que tampoco vamos a empezar a creer que todo lo que se narra lentamente es automáticamente interesante. No importa que te tomes tu tiempo para desarrollar tu historia, pero si en ese tiempo no me estás dando información, ya sea con tus diálogos o con tus planos, lo único que estás haciendo es desperdiciar tiempo queriendo parecer interesante.

Relic quiere hacer con la demencia lo que Babadook hizo con la depresión y el luto no resuelto, y lo que Hereditary hizo con la herencia de enfermedades mentales a través del árbol genealógico, pero no le alcanza. Es un manojo de metáforas facilonas, como la casa abandonada y en ruinas como su dueña, o la del laberinto dentro de la casa como representación de la mente distorsionada de Edna. Rescato la última escena dónde Kay le quita la piel a su madre, cuál flor marchita, para abrazar lo que queda de ella, mientras Sam se da cuenta que su madre también está empezando a descarapelarse como su abuela. También es facilona, pero al menos la encuentro emotiva.

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Acerca del autor

Teddye Zapata   @IlusoDeluso   desencuadre.home.blog

Nací en una isla donde hay muy poco que hacer, así que el cine se convirtió en mi refugio y escribir es mi desahogo. También soy bajista, pero ahorita no ejerzo.


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